Son veinte tormentas veinte, las que han caído ya sobre nuestros andrajosos paños. Con esa mezcla de sudor y humedad caliente, en la que uno no acertaría a definir el origen de las gotas que le resbalan por la cara, comienza la vigesimoprimera sequía, que no acabará hasta la séptima jornada.
Los cielos se despejan, los charcos se evaporan, los viajeros vuelven a moverse. Nada más placentero y gratificante hay que la tormenta, que el agua regando la nomádica y efímera existencia de los buscadores de la trufa y los difusores de la agitación. Todavía puede percibirse la vibración de los últimos truenos en las ramas de los árboles y en las caras de los errantes.
Siempre queda esa calma tensa, esa histeria contenida. En tan solo 7 días volverán a unirse cielo y tierra.