El baile era frío, pero sólo nos dimos cuenta una vez estuvimos en la pista de baile. Miramos alrededor sin saber muy bien qué hacer, y nuestra sorpresa fue que todas las demás personas allí presentes estaban en la misma situación que nosotras. Todas estábamos bailando aquel repetitivo ritmo infernal, y lo desconcertante era que nadie sabía muy bien cómo ni por qué. Allí entendí que la noche había terminado para mí, y que era hora de volver a mi coche a dormir antes de que el sol me golpease con violencia, un día más, a través de los cristales. Sólo tenía un par de horas...
Escucha La Tormenta Perfecta, el programa de la literatura prohibida, el neoesoterismo y las calles sin nombre.