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Toni Negri Queridos amigos,Encontraréis publicados aquí los extractos de una conversación que mantuve con algunos amigos, solicitado por sus preguntas, durante la semana anterior a mi vuelta a Italia: en efecto, había decidido volver, después de catorce años de exilio en Francia, y entregarme a la justicia de mi país, es decir, a la cárcel. La conversación se grabó entre el 25 y el 30 de junio de 1997, en mi apartamento parisino, en medio de la mudanza. Se trata pues de un diálogo con amigos cercanos que han compartido no sólo mi exilio sino también el trabajo teórico y político que hemos llevado a cabo juntos durante todos estos años. El estilo es pues oral, aunque retranscrito por escrito: es el de un diálogo- resumen que quería ser además una apertura sobre las perspectivas que mi regreso permitía esperar. Volver a Italia, volver a la cárcel: żpor qué? Para imponer- a través de la fuerza de un acto de testimonio que, aun siendo personal, era también colectivo- la necesidad, en adelante ineludible, de una solución política al drama que desde hace veinte años se anuda en torno a la cuestión de las luchas políticas de los años 70. La gran ola de contestación social de aquella época (en Italia, los acontecimientos del 68 se prolongaron por lo menos durante diez años), a diferencia de lo que ocurría en Estados Unidos y en otros países de Europa, no obtuvo del Estado más que una respuesta puramente represiva. Se usaron contra el movimiento todos los instrumentos de la represión: desde las leyes de excepción a las prácticas de estado del contra-terrorismo. Y cuanto más se desarrollaban esas "legislaciones de urgencia" y el aparato de medios de represión, más violenta se volvía la respuesta del movimiento: un círculo vicioso que condujo al encarcelamiento de más de 60 000 personas y a 6400 condenas. Hoy, veinte años después de la represión, 200 militantes siguen aún en la cárcel y 180 están exiliados. Desde hace más de diez años se habla de una amnistía, pero una lógica de venganza, unida a la opacidad que sigue rodeando a los crímenes cometidos por el Estado y a la atmósfera permanente de "estado de excepción" de la que se nutre la política italiana, han gangrenado hasta hoy la situación y han impedido que el espíritu de reconciliación cobrara, en este momento de transición histórica, el rostro de la amnistía. Mi vuelta quería y quiere ser una llamada a la razón: hay que declarar que la guerra ha terminado y que todos los argumentos utilizados contra la concesión de la amnistía y la posibilidad de una solución política son tan anacrónicos como infames. No sé si mi vuelta logrará poner la palabra 'fin' a un capítulo que el buen sentido recomendaría haber cerrado desde hace mucho tiempo. Tampoco sé si se llegará a la solución política y a la amnistía que solicito. Sé sin embargo lo que plantea la denuncia de mi molesto encarcelamiento frente a la cobardía de un poder incapaz de resolver problemas que la historia ya ha zanjado. Pero esta vuelta es también un encuentro. Y ante todo la continuación de una discusión con los amigos y compañeros que, tras haber participado en las luchas de los años 70 y haber sufrido la represión, se retiraron de la vida política activa, con sus deseos frustrados y sus esperanzas defraudadas, a veces incluso cansados por la teoría y la praxis. Entre ellos, algunos buscaron cobijo en las drogas, otros un simple aislamiento a contracorriente de todas las experiencias colectivas de transformación. Se convirtieron en «exiliados del interior». Y para ellos comenzó entonces una larga travesía del desierto. Asistieron al triunfo de la pequeña Italia yuppie de Craxi y Andreotti, una Italia barnizada en níquel cuya fachada brillante recubría el vil metal de la avidez- que codiciaba los fondos públicos- y de la corrupción- que afectaba a todas las relaciones civiles. Fue el comienzo de la «gran transformación» dirigida de forma bipolar por las televisiones de Berlusconi y por una socialdemocracia cínica y burocrática. Se dijo que la política no era más que la simple gestión de las compatibilidades financieras y sociales del sistema. Los métodos del gobierno de excepción continuaron: a cada instante surgía un adversario que trataba de disolver el Estado- y ya sabemos que en defensa del Estado hay que sacrificarlo todo. Esa Italia barroca y frívola sigue en guerra: ˇasí pues, desde los años 70, sólo la guerra- una guerra falsa, como en un teatro de marionetas- representaría la garantía de la cohesión social! Tal fue el espectáculo que tuvieron que sufrir los «exiliados del interior». Muchos de esos exiliados eran personas íntegras. Una vez retirados de la vida política, continuaron activos entretanto en sus puestos de trabajo y en el seno de las articulaciones productivas del campo social. Vivieron, por tanto, las grandes transformaciones que sacudieron, pese al vacío político y la plenitud de la corrupción- a la sociedad italiana allí donde era importante estar situados: en el trabajo intelectual, en los servicios públicos (enseñanza, sanidad...), es decir, de hecho en el nuevo mundo del trabajo inmaterial. Allí construyeron nuevas comunidades de trabajo. Otros, impresionados por la miseria, a la vez vieja y nueva, que se desarrollaba de manera endémica en una posmodernidad tan a menudo exaltada- una miseria hecha de marginalidad y exclusión social- se consagraron al voluntariado. Asimismo, otros participaron en las actividades de un nuevo empresariado social. Estos son, pues, a quienes había que volver a encontrar. żCon qué fin? Sencillamente para reconstruir ese espíritu de emulación colectiva, esa alegría de la transformación, ese buen gusto del saber común que constituyeron el alma de los movimientos de los años 70. Nosotros, exiliados del exterior y del interior, hemos podido reivindicar la imaginación y la práctica de una alternativa a las catástrofes del espíritu público que la represión, en primer lugar, luego la ideología yuppie asumida más tarde por el gobierno de la corrupción, y por último la tecnocracia neoliberal con sus múltiples caras, han provocado y siguen provocando. Hoy, a partir de nuestra experiencia de trabajadores inmateriales podemos empezar de nuevo a luchar- y a reencontrarnos, con el fin de impedir que lo que ha ocurrido, y que continúa produciéndose, vuelva a caer un día, después de haber destruido nuestra juventud, sobre nuestros propios hijos. Mi vuelta está unida, pues, a la recuperación de una historia. żCómo puede una persona que ha vivido los últimos quince años en Francia volver a encontrar entonces, de forma constructiva, a una comunidad de la que se había separado? Sin duda porque también en Francia se dieron alternativas análogas. Por supuesto, Francia no conoció las dolorosas luchas de Italia; por supuesto, en Francia no hubo represión, y la corrupción no ha asumido las dimensiones ciclópeas que ha adquirido en Italia. Pero la gran transformación de lo político y del aparato de producción, del trabajo y de su representación, ha cobrado la misma importancia. El italiano exiliado en Francia que fui durante quince años ha vivido y ha problematizado, con una intensidad que el dolor del exilio hacía más fuerte aún, todos estos pasos; los ha discutido con los compañeros y amigos franceses, y hoy lleva consigo una experiencia que quiere considerar europea, pero también una esperanza común de transformación. El exilio le ha sido útil para comprender la dimensión europea de lo que Italia había vivido y se dispone a revivir de manera absolutamente dramática. Hoy, tratando de transmitir algunas reflexiones a sus amigos franceses, piensa que éstas se implantan en un tejido común y subrayan urgencias compartidas. No deja de ser cierto que, cuando discutía sobre todos los elementos que aquí he tratado de resumir brevemente, estaba a punto de volver a la cárcel. Y que hoy me encuentro en ella. En esta cárcel, en la que intento ser libre pensando en el futuro que es mío, que es nuestro. Pensando en la libertad común. Y dentro de esa libertad común, será preciso por supuesto destruir la cárcel. Para que los que vuelven para poder encontrar de nuevo a sus compañeros, y los que razonan con continuidad para mantener a la comunidad unida en un proyecto de transformación, no vuelvan a ver erguirse ante su deseo de transformación el horror sin nombre de la cárcel.
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